Primera parte:
Más de 100 vacunas contra el COVID-19 se
están desarrollando alrededor del mundo. Inglaterra, China, Rusia y Estados
Unidos han divulgado estar en la fase más avanzada de la investigación: pruebas
con humanos. Todos los países con la suficiente capacidad científica están en
la competencia por desarrollarla primero.
Pero, ¿qué mueve a estos países, Gobiernos
y farmacéuticas a querer ser los primeros en poseer esta vacuna? La explicación
más sencilla, nos mueve a pensar que es el interés comercial, ya que, quien
pueda colocarla primero en el mercado, seguramente tendrá las ganancias más
jugosas. Sin embargo, al menos desde la perspectiva de los Estados-Nación, esta
no es ni de cerca la principal razón, sería muy iluso pensar que lo
fuera.
La principal razón es evitar más muertes,
en especial de aquellas personas cuya pérdida podría tener un impacto en el
corto y mediano plazo para el desarrollo científico-tecnológico de la sociedad
y la economía de su país. En consecuencia, quien logre ser el primero en tener
una vacuna funcional, le tomará delantera a todos los demás competidores en la
carrera por reactivar la economía; y no solo reactivar, sino incluso tener una
expansión a mercados que ahora están disponibles, al estar sus
proveedores tradicionales retrotraídos en la lucha contra la epidemia. En
general, se puede decir que las zonas de influencia geopolítica de los países
se han contraído casi al mínimo. Tal vez esto último no sea tan claro,
especialmente con la enorme proliferación de teorías conspirativas y el
bombardeo constante de los medios de comunicación. Siendo así, empecemos por el
principio, el escabroso nexo entre las medidas de contención y la
economía:
Azar,
virus y economía
Para entender las medidas de contención
necesitamos hablar del principal actor de esta pandemia, el virus SARS-COV-2,
responsable del COVID-19. La mayor dificultad con la que hay que lidiar es que
su propagación está directamente relacionada con el número de contactos de las
personas, la cual es una característica que está dada por la facilidad de
transmisión y la prevalencia del virus en el medio ambiente. Para tener una
idea, normalmente, las enfermedades respiratorias prosperan en invierno y
disminuyen en verano, en este caso, el potencial de expansión del virus es tal,
que ni siquiera el verano en el hemisferio norte logró reducir la cantidad de
contagios de no ser por las medidas restrictivas que se han impuesto. Tampoco
países de climas secos y cálidos, como Israel e Irán, por ejemplo, se han
salvado de esta pandemia. La triste conclusión es que, aún cumpliendo
estrictamente con los protocolos sanitarios, el número de casos aumenta con el
número de contactos, lo cual se sigue verificando en la realidad. Por desgracia
esto también implica que toda apertura conlleva un incremento de
infectados en general y por tanto de los casos graves que van a requerir una
cama de hospital y posiblemente cuidados intensivos (UCI).
En el otro extremo, está la economía, cuyo
nivel de actividad está también directamente relacionado con los contactos
entre las personas (eventos sociales, masivos, celebraciones, trabajo,
presentaciones artísticas, turismo, etc.). Es decir entre más actividad
económica, más contactos, lo cual lleva a más contagios y eventualmente a la
saturación del sistema de salud. Inversamente, si la prioridad es la seguridad
sanitaria y evitar dicha saturación, la economía sufre; como se ha observado en
el mundo durante estos periodos de cierre. Aun cuando se han propuesto medidas
para hacer posible la operación económica en tiempos de epidemia, como el uso
de las mascarillas y la limpieza constante de manos y equipos; lo cierto es que
toda vez que se da una mayor apertura económica, inevitablemente se reporta un
aumento de los casos.
A la luz de este hecho, pensar que la
'rigurosa' aplicación de los protocolos (asumiendo que tal cosa es posible en
una sociedad diversa), es suficiente para regresar a la vida y actividad
pre-pandemia, es pensar que un paraguas evitará por completo que una persona se
moje en una tormenta. Otra vez, nos enfrentamos al SARS-COV-2. Su facilidad de
propagación se siente como un aumento del azar y la incertidumbre en nuestras
vidas, sin importar lo que se haga, se sigue expandiendo. Nuestro mundo se
volvió más caótico, todo aquello que se pensaba o sentía antes de la pandemia,
ya no es válido. Nuestros planes personales, de estudio o trabajo, ahora
están sujetos a una fuerza impredecible de la naturaleza; nuestra especie no ha
experimentado esta angustia en varios siglos. Se podría incluso especular que
las certezas que nos da la vida moderna y altamente tecnológica, han dejado de
ser válidas. El problema es que estamos acostumbrados a que exista una
procedimiento, protocolo o forma de actuar que minimiza los riesgos casi a
cero, dicho de una forma un poco más clara, la ciencia y tecnología nos
han ayudado a mantener nuestros mundos mucho más controlados y con un
mínimo de peligros; por ejemplo, el simple hecho de tener la posibilidad de
contactar a alguien o ser contactados en cualquier momento y prácticamente
cualquier lugar, nos brinda un nivel de seguridad que nuestros antepasados no
imaginaban.
Con la pandemia hemos perdido ese nivel de
control. Estamos enfrentados a la naturaleza en su forma más pura, aquello que
no es posible siquiera simbolizar para nosotros, es azar en su máxima
expresión. Será así, al menos mientras el sistema científico-tecnológico pueda
acumular suficiente conocimiento sobre el SARS-CoV-2 como para tener una
vacuna.
En una
segunda parte se explorarán las consecuencias sociales y geopolíticas de que el
actual sistema científico-tecnológico mundial esté momentáneamente sobrepasado
por este nuevo coronavirus.
Interesante
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