En la crisis en que nos encontramos se escuchan
muchas voces, pero como siempre, hay algunas que se alzan más alto que
otras, otras más beligerantes, otras moralistas, y otras empiezan a sonar ya desesperadas.
Están aquellas cuya posición es muy moral: lo
correcto es preservar la vida a toda costa y claman por castigos cada vez más
duros para aquellos que violan la restricción sanitaria o que siguen saliendo a
la calle.
Están las voces que exaltan el papel que el
Estado está teniendo en el manejo de esta crisis y nos recuerdan los beneficios
que el Estado social de derecho nos ha traído y en alguna medida nos sigue beneficiando.
Están las voces que sienten que esta crisis
será un parte aguas, que habrá un antes y un después, en varios
aspectos, empezando por el económico. Estas son las voces de quienes llevan
décadas ostentando el poder económico y político en el país. Dentro de este
grupo hay dos subgrupos de voces: las que claman que la recesión económica será
peor que la pandemia en sí misma, que aunque en este país no se atreven a ser
tan vocales como el controvertido senador de Texas y algunos jefes de Estado en
América, su discurso es el mismo. Está por otra parte el grupo de voces que ya
venían siendo bastante sonoras de unos 2 años para acá, que han sabido
comunicarse y ser estrategas y han tenido logros importantes en la reducción
del tamaño del Estado, el abaratamiento de la mano de obra y la producción.
Estas voces son las que en este momento claman por la acción del Estado para
reducir o eliminar impuestos, cargas sociales, abaratamiento de servicios
públicos, transferencias hacia las empresas para salvarlas y “resguardar el
empleo”. Algunas incluso se han escuchado decir que será bueno analizar, post
crisis, la instauración permanente de algunas de estas medidas.
Y están las voces que por desarticuladas, aunque
sean una mayoría, son las que menos se escuchan, las voces de las personas,
como llaman, de a pie. Las voces de aquellos que ya están acostumbrados a vivir
el día a día, en la incertidumbre de no saber si mañana habrá qué comer, o con
qué pagar el alquiler. Voces que ni siquiera se dan cuenta de la crisis, porque
su vida ha sido una crisis eterna y que los llamados de las autoridades,
simplemente no tienen eco en su vida, y no entienden porque se les llama o
ataca con tanta insistencia, ante algo que no parece diferente a su vida
cotidiana, enfermedad, muerte, restricciones de todo tipo, la inestabilidad
laboral, las arbitrariedades del poder. Pero, están allí sobreviviendo como
siempre lo han hecho, viviendo su vida como un día más: sin hacer bulla, sin
hacer escándalos moralistas, viendo a los otros grupos de la sociedad volviéndose
locos. Gente que las crisis no los asusta, porque es en las crisis que se crean las oportunidades que de mantenerse el
status quo, serían imposibles. Nadie conoce el futuro, y vivir en la
incertidumbre se vuelve una habilidad indispensable.
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